En la sección de comentarios de un video que habla de cómo los videojuegos pueden ser una experiencia espiritual, un adolescente contó la siguiente historia:
Cuando tenía 4 años mi papá compró un Xbox. Ya saben, el primero que parecía un bloque y que salió en 2001, nos divertimos por montones jugando todo tipo de juegos juntos – hasta que falleció, cuando tenía 6.
No pude tocar esa consola por 10 años.
Pero una vez que lo hice, me percaté de algo.
Solíamos jugar un título de carreras, Rally Sports Challenge. De verdad era bueno, considerando la época en que salió.
Una vez que me puse a jugar… me encontré con un fantasma.
Literalmente.
Ya saben que cuando participan en una carrera, ¿el record a la vuelta más rápida se queda guardada como un auto fantasma? Si, adivinaron, el fantasma de mi papá sigue guardado en esa pista hasta hoy.
Así que jugué y jugué hasta acercarme al récord de mi papá, y un día lo superé, lo rebasé y…
Paré justo detrás de la línea de meta, sólo para asegurarme que no borraría al fantasma de mi papá.
Felicidad.
Su historia conmovió a varios de los usuarios que participaban en la conversación, y colaboraron con comentarios como: “No puedo superar esto. Me golpeó muy duro. Solía jugar videojuegos con mi papá también. Jugábamos Mario Kart 64 y Zelda. Murió cuando tenía 16. Cómo envío a ese corredor fantasma”.
Nada reemplaza la pérdida de un ser querido, pero son esos recuerdos los que atesoramos profundamente. En el caso de este joven, el fantasma de su padre fallecido todavía corre con él.