La pesadilla la fragmentación de Android, han transcurrido ya cuatro años desde que la primera versión del sistema operativo de Google para smartphone viera la luz. El mercado de android sigue estando dividido entre los smartphones que equipan el último modelo de la plataforma y los que siguen anclados en versiones anteriores, o esperando que el fabricante dé una esperada actualización a la nueva versión de la plataforma. Y el asunto resulta extraño: un 33% de los Android activos en el mercado sigue pegado a Gingerbread, una versión del sistema operativo que data de finales de 2010. Estamos hablando de tres largos años de vigencia de esta versión de Android, una eternidad en tiempo tecnológico que tiene una doble lectura, es tan buena que resiste el paso del tiempo, o bien, es un fracaso de Google que no ha logrado unificar el ecosistema.
El hecho de que haya múltiples versiones de una plataforma puede entenderse como una variedad enriquecedora, y en parte lo es: las versiones más antiguas dan servicio a móviles low-cost y con menos ambiciones en lo tocante al rendimiento, mientras que las más avanzadas explotan al máximo los múltiples cores de los modernos móviles de última generación. En su día Eric Schmidt se apuntó a esta visión del asunto corrigiendo a un periodista que nombró la palabra maldita: “No es fragmentación”, aclaró, “es variedad”. Y visto así es cierto que la plataforma móvil de Google ofrece platos para todos los gustos. Pero hay un problema en la fragmentación, y grave, además.
Parece claro que el usuario podría beneficiarse de esta dispersión de versiones, pero a la larga esta situación puede tener un efecto bumerán. Ya sabes que el principio de la economía de las apps reside en que gane todo el mundo: los desarrolladores vendiendo aplicaciones a diestro y siniestro, los usuarios disfrutando de una mayor creatividad de los primeros que se estrujan las neuronas para lograr arañar algunos céntimos de nuestros bolsillos, y el creador de la plataforma que ve que poco a poco va enriqueciéndose y lucrándose con este tránsito perfecto. Esta fórmula la explota Apple sin fisuras: los saltos de versión de iOS son masivos y los usuarios que quedan atrás representan una cifra marginal a ojos de los desarrolladores que saltan en bloque a la última iteración.
Se trata de un movimiento perfectamente sincronizado en el que no se deja casi nada atrás. Pero donde la fragmentación suponía una ventaja para el usuario por cuanto ofrecía múltiples equipos para distintas necesidades, se convierte en un problemón, a ojos de los desarrolladores. Es aquí donde Eric Schmidt y compañía tienen que hacer sus números: ¿compensa más un ecosistema poblado de equipos atomizados pero con menor ingresos por apps o uno más compacto y reducido pero más rentable? La fotografía de esta paradójica situación la hemos podido ver esta misma semana: Android ya ha superado a iOS en descargas, pero, atentos al dato, iOS sigue liderando las cifras de ingresos. El clásico cabeza de ratón y cola de león que dibuja una compleja situación a desarrolladores, ecosistema y fabricantes.